Múltiples hilos.
Hilos cruzados —de manera voluntaria o por azar— con los muchos que tejen este libro. Como el de la mujer, decidida y con carácter, que le entregó buena parte de su vida a investigar al mono barbudo en el Caquetá. Sus discípulos, en el Putumayo, en Caquetá y en Cauca, siguen sus pasos. Su madeja.
O el hilo que enlaza el esfuerzo por preservar los corredores vitales del jaguar.
Porque en esa red, y esta fue la mayor novedad de los ODS, se incluyó “lograr la gestión sostenible y el uso eficiente de los recursos naturales". Años atrás, cuando se hizo una cumbre ambiental llamada De la tierra, en 1992, nadie en su casa pensaba en reciclar la bolsa del arroz ni en cuánta agua se necesita para fabricar su camiseta. La capa de ozono no era un tema de almuerzo e imaginarse el mundo sin petróleo era ficción pura. Cuando las Naciones Unidas, en 2000, presentaron sus Objetivos del Milenio, los temas ambientales apenas se rozaron. Deforestación, desaparición masiva de especies y el riesgo mismo de la vida ya eran notorios, sin embargo.
Esta vez, para 2030, se fijaron metas sobre desperdicios de alimentos, desechos tóxicos o contaminación. Se habló de movilizar 100 millones de dólares en los primeros cinco años para mitigar el cambio climático y de obtener resultados en la reducción de la huella de carbono: de las naciones, de las ciudades, de las empresas, de cada quien en su casa y en su vida.
Para 2020 se había fijado proteger y restablecer ecosistemas, humedales, cuencas —entre otros—… el acceso al agua, su uso eficiente, el tratamiento residual. Por supuesto, ese hilo del agua incluye en los ODS los océanos, la vida en los mares y sus recursos. Preservar, de hecho, al menos el diez por ciento de las zonas costeras y marinas.
Cómo no pensar, entonces, en el investigador que aprendió a escuchar conversaciones jamás oídas de un listado inmenso de especies y construyó, en Colombia, la mayor audioteca ambiental del continente, una joya de la ciencia, una luz para trazar la salud de los ecosistemas.
Algo similar a la conservación de las aguas podría decirse de las fuentes de energía. Sobre todo, de energías limpias y renovables, distintas a las de fuentes fósiles —petróleo, carbón, gas…— Y algo similar podría decirse de un emprendimiento privado, en Medellín, que optimiza la energía solar hasta en un 23 por ciento construyendo paneles que se comportan como girasoles.
Nuestra historia, dice con certeza un reciente documental de la BBC, es la historia del Sol. No en vano, en una hora, irradia sobre la Tierra el equivalente a un año de consumo de energía de todo el planeta.
En 2020, también dicen los ODS, debía garantizarse la gestión sostenible de los bosques. En 2021 se deforestaron 174 mil hectáreas en Colombia y la destrucción de la Amazonía no parece sostenible. En 2030, dicen los ODS, debe asegurarse la conservación de los ecosistemas y la biodiversidad. ¿Se va logrando? Los Objetivos se revisan cada año en Nueva York y cada cuatro años en la Asamblea de la ONU. La pandemia no ayudó.
Se cree, ahora, que los primeros cinco años fueron de interpretación y de análisis, de cómo hacer esto. De decisiones políticas. Esta, se piensa, debe ser la década de la acción.