La percepción que se tiene sobre la enfermedad oncológica, parece ser que se dirige exclusivamente a la persona que padece la enfermedad; es decir, a sus cuidados, atenciones y acompañamiento en general. Inicialmente se piensa en la importancia de suplir las necesidades relacionadas con la afectación que pueda tener el diagnóstico oncológico; sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, se le resta importancia al cuidador, y es aquí donde se incurre en un error importante que, incluso, afecta la calidad de vida, la salud mental. De esta manera, se incrementa el abandono de quien tiene que estar al tanto de las vicisitudes que presenta el enfermo oncológico teniendo en cuenta que, la mayoría de las veces, estos pacientes prefieren apoyarse en la ayuda exclusiva de familiares y amigos cercanos, más que en el cuidado de profesionales expertos. (Ayala de Calvo y Sepulveda-Carrillo, 2017). Esta situación genera un nivel de descuido a nivel personal, social y familiar en las personas que se encargan del cuidado lo cual, con el paso del tiempo, genera consecuencias importantes en la calidad de vida y, por lo tanto, en la salud mental.
Principalmente, quienes desempeñan el cargo de cuidadores en nuestro país son los hijos; en otros casos, el conyugue se hace cargo y por último, los hermanos del paciente. Se ha evidenciado que el género juega un papel importante, cuando es la mujer (87,3%) en la mayoría de las ocasiones, la encargada de generar las estrategias de cuidado a la persona que ha sufrido una enfermedad o lesión. (Zambrano Cruz y Ceballos Cardona, 2007).
Así pues, entendemos que el cuidador es aquella persona que, por lo general, tiene una relación de familiaridad o marcada cercanía con el enfermo y que, algunas veces, ha dejado de lado su bienestar por el cuidado y protección de quien padece la enfermedad. Estos cuidadores se han dedicado a las tareas de atención del enfermo que, en muchas ocasiones, no pueden realizar de forma autónoma las actividades cotidianas; se encuentran en todo caso, supliendo un trabajo similar al que se desarrolla en enfermería, aunque sin recibir remuneración económica ni horarios establecidos y muchas veces, sin retribución afectiva. (Martínez, 2020)
Estas premisas nos permiten adentrarnos en la manifestación de síntomas que se caracterizan por dificultades a nivel físico, psicológico y sociofamiliar, los cuales, según la gravedad y el tiempo de presentación, podría llegar a denominarse como el síndrome del cuidador quemado o síndrome de desgaste del cuidador primario.
Este síndrome está caracterizado principalmente por la presencia recurrente e intensa de estrés, angustia, episodios de ansiedad, bajo estado de ánimo, irritabilidad, problemas de sueño, dificultad de concentración, apatía, dificultades en la alimentación, cefalea, e incluso abuso de sustancias psicoactivas o dañinas. La responsabilidad que implica el cuidado del paciente oncológico, lleva a las personas a experimentar sentimientos de culpa, aun cuando hacen su mejor esfuerzo por el mejoramiento del paciente; esto lleva a que, con el paso del tiempo, dejen de lado sus actividades de ocio, entretenimiento e interacciones sociales, para dedicarse plenamente a la tarea del cuidado. (Martínez, 2020)
Una dificultad importante a la que conlleva el cuidado constante de la misma persona, es la dependencia que se genera a causa de la necesidad de asistencia básica o instrumentada. Esta asistencia recae en las múltiples demandas que se esperan sean cubiertas por el cuidador, lo cual hace que se vea obligado a abandonar, muchas veces, su profesión y sus roles sociales conexos. (Jadán, 2021).
Frente a esta problemática, dentro de las características de manejo es importante acudir al apoyo social que representan la familia y las instituciones de salud mental: se puede acudir a espacios donde la persona pueda programar sus momentos de asistencia y cuidado al enfermo, sin dejar de lado el tiempo para sí mismo. Sin embargo, esto no se logra si no se delegan algunas de las tareas y se entrena en la ejecución de las mismas; si no se trabaja en que el hecho de delegar, de pedir ayuda y de tomarse un tiempo para sí mismo no quiere decir que el afecto o cariño sea menor, y no tendría por qué incrementar los niveles de culpa, todo esto con el fin de prevenir el agotamiento emocional. Ese desgaste, tal como mencionábamos, puede tener grandes consecuencias a nivel cognitivo con el paso del tiempo. (Zambrano Cruz y Ceballos Cardona, 2007).
Un tratamiento multifactorial debe incluir actividades direccionadas al entrenamiento en asertividad, con el fin de aprender a poner límites claros y a dividir las tareas del cuidado. Como se mencionaba previamente, el cuidado de su apariencia personal incide directamente en su autoconcepto y autoimagen. También resultará un pilar importante la suscripción o participación en grupos de apoyo de personas que estén pasando por la misma situación, con quienes se pueda empatizar frente a la situación que se está viviendo; del mismo modo, se debe mantener el cuidado del estilo de vida saludable por medio de la alimentación, el ocio, la higiene del sueño y el manejo del tiempo. Por último, sin ser menos importante, hay que darle espacio a la reestructuración cognitiva de pensamientos y sentimientos relacionados con la culpa y con la expectativa frente a la situación de salud del paciente oncológico; esto se logra a partir de la demarcación de objetivos realistas al corto plazo que se pueden comprender en conjunto con el equipo interdisciplinario que trabaja con el enfermo. (Martínez, 2020)
Todo lo anterior, nos permite reflexionar en término generales, sobre la importancia del cuidador y su salud mental; muchas veces son ellos quienes, por diversas razones ligadas al afecto, terminan sufriendo consecuencias importantes a partir de las implicaciones que tiene el cuidado de una persona con enfermedad oncológica: El deterioro y las demandas, muchas veces sobrepasan la capacidad del cuidador.
En consecuencia, la sugerencia para el circulo cercano del paciente oncológico será direccionar la mirada a las personas más cercanas del enfermo, pues serán ellas el sustento emocional del paciente, sin dejar de tener en cuenta que, en ocasiones, requieren de un sustento afectivo para ellos mismos.
REFERENCIAS
Ayala de Calvo. L E., Sepulveda-Carrillo. G.J. (2017). Necesidades de cuidado de pacientes con cáncer en tratamiento ambulatorio. Revista electrónica trimestral de enfermería. Bogotá-Colombia.
https://scielo.isciii.es/pdf/eg/v16n45/1695-6141-eg-16-45-00353.pdf
Jadán, W. F. (2021). el síndrome del cuidador de personas dependientes y las estrategias generales de afrontamiento: un estudio con población del cantón Santa Isabel – Ecuador.
https://dspace.ups.edu.ec/bitstream/123456789/20251/4/UPS-CT009121.pdf
Martínez, P.S. (2020). Síndrome del cuidador quemado. Revista Clínica de Medicina de Familia. Barcelona – España.
https://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1699-695X2020000100013
Zambrano Cruz, R., Ceballos, P. (2007). Síndrome de carga del cuidador. Revista Colombiana de Psiquiatría. Medellín-Colombia.
http://www.scielo.org.co/pdf/rcp/v36s1/v36s1a05.pdf