Javier García, un biólogo de 37 años, es docente en la Universidad de la Amazonía, en Florencia, Caquetá, donde investiga mamíferos. Vía telefónica menciona un primer dato relevante: solo existen en Colombia dos primates endémicos: el caquetensis y el cheracebus medemi, o tití de manos negras. Javier conoció a Martha Bueno en 2007, cuando fue su profesora de genética en la Universidad Nacional. Tres años más tarde la acompañó junto a Thomas Defler, un primatólogo estadounidense, y otros investigadores en el proyecto que caracterizó al mico inédito.
—Trabajamos con la especie en un curso llamado Primatología del nuevo mundo. Ahí empecé a involucrarme. Martha fue invitada para dictar cátedra sobre cromosomas, que ayudan a definir barreras reproductivas entre individuos y poblaciones diferentes.
Existen especies similares, vecinas en términos genéticos, que no pueden reproducirse debido a diferencias insalvables a nivel celular. Otras barreras, de origen artificial, son producidas por el hombre: la tala de bosque aisla poblaciones enteras durante siglos. Poco a poco esos grupos se adaptan al entorno, generan variaciones genéticas y se alejan del tronco común hasta convertirse en una especie distinta.
La tarea de Javier García era viajar a Valparaíso, Caquetá, una zona que conoce bien, para buscar una especie desconocida que había sido observada por el biólogo y ornitólogo australiano Martin Moynihan en los años setentas. Desventaja: el conflicto armado allí limitó el acceso de los investigadores y produjo un vacío de conocimiento que duró más de treinta años. Ventaja: en esos tiempos violentos, los bosques estuvieron más protegidos, y esto benefició al caquetensis y a otras especies. La deforestación era menor porque los grupos armados necesitaban la selva como escondite, y además repelían la llegada de los principales deforestadores: la ganadería y la minería.
El grupo donde participaron Javier García y Martha Bueno tuvo suerte: su periodo de estudio coincidió con la desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia, el grupo paramilitar que asolaba ese territorio. Las tropas por fin se habían retirado, pero persistía la zozobra. Los científicos tuvieron que ganarse la confianza de los pobladores en su búsqueda del primate.
—Moynihan había dicho que era una especie distinta a todas las conocidas en Suramérica, y dejó anotaciones con las características externas del animal —recuerda Javier.
Apoyados por recursos de la empresa Pacific Rubiales, que debía impulsar investigaciones en Caquetá, los biólogos realizaron ejercicios de campo más minuciosos. Algunos campesinos les donaron animales que tenían en cautiverio, y también consiguieron ejemplares que habían sido decomisados a los traficantes de fauna. A varios micos les extrajeron muestras de sangre que transportaron en cavas refrigeradas hasta Bogotá, al Instituto de Genética de la Universidad Nacional, donde Martha Bueno hizo cultivos celulares (los glóbulos blancos se estimulan con un químico durante varios ciclos de 48 horas o más) que le permitieron comparar los cromosomas del caquetensis con otros ya conocidos.
—Ahí la profesora, que es experta en el estudio del cariotipo genético, desarrolló su investigación sobre la especie —continúa Javier—. Hicimos un equipo para describirla a través de datos ecológicos, distribución, morfología y taxonomía.
Nueve investigadores frecuentaron la zona ubicada al sur de Florencia durante dos años y estimaron una población que no alcanza los 500 ejemplares del mico, fragmentados en grupos muy distantes entre sí. Con esa información produjeron un documento que describe a la especie y formula recomendaciones para su conservación. Al final hubo un proceso de organización de resultados y la escritura de un documento científico. En 2010 el caquetensis debutó ante la comunidad científica internacional en la revista Primate Conservation.
Javier recuerda a Martha Bueno, su mentora, como una persona enérgica, siempre activa y muy exigente, pero con capacidad y disposición para enseñar y compartir su experiencia.
—Su conocimiento genético la ayudaba a argumentar muy bien, con una data histórica que le permitía conocer los arreglos cromosómicos de esas especies. Ella fue siempre muy presta al diálogo científico; sus clases eran amenas y se hacía entender. Los temas complejos, por su capacidad pedagógica, los daba a conocer y compartía un conocimiento muy amplio. Más allá de las aulas y los laboratorios, Javier la describe como una mujer independiente, una feminista adelantada, muy segura y con posiciciones firmes. Una mujer decidida y con carácter, pero nunca ruda.
—Muchos ahora estamos formando a estudiantes a partir del conocimiento que ella nos entregó.