Instalar cámaras trampa no es el único propósito de la travesía. ‘Maleja’ Parrado y Fausto Sáenz se han reunido con líderes de las comunidades para sumarlos a un piloto de formación en ciencia participativa y análisis de indicadores, a través de talleres teóricos y prácticos. En este proyecto invierten los 19 millones de pesos que obtuvieron a través de Emprender, un fondo conformado por capital privado para transformaciones y desarrollos socioecológicos.
El propósito final es dar a las comunidades herramientas para la gestión en sus territorios. “Facilitar la cocreación, estandarizar protocolos de monitoreo para reducir las amenazas del cóndor o conocer el estado de la biodiversidad; y que estos datos puedan ser de utilidad para sistemas de ecoturismo o faciliten el empoderamiento de jóvenes y adultos”, explica Parrado.
Martha ya mostró su interés porque La Leona albergue talleres de formación. Quiere desarrollar un proyecto ecoturístico en la vereda El Anca y en Cerrito, otro municipio de la región, Doris Torres se entusiasmó con el resto de las iniciativas en torno al cóndor.
Doris es ingeniera forestal y, con los años, se ha vinculado a la defensa de los páramos. No recuerda haber visto de niña un cóndor, aunque se extraña. De hecho, al municipio se le conoce como ‘Los Buitres’. “En algún momento, creería yo, la gente se dedicó a cazarlos y los mató, o quién sabe; pero hace un poco más de una década reaparecieron”, reflexiona mientras nos cuenta cómo llegó a liderar la Asociación Campesina Coexistiendo con el Cóndor.
Veintitrés familias hacen parte de esa organización. Han logrado concretar convenios con universidades y, con el apoyo de biólogos provistos por el parque Jaime Duque (una institución recreativa y cultural cuya sede está al norte de Bogotá), proyectan conformar una Reserva Natural de la Sociedad Civil (RNSC). De la mano de la Universidad de Santander —UDES—, buscan concertar un sendero interpretativo y convertir ese sector del páramo del Almorzadero en un destino turístico con hospedajes y guías; además de encontrar herramientas para lograr la soberanía alimentaria, tema difícil con temperaturas de hasta -5°C.
Montaña arriba, la actividad económica de las familias de Cerrito es la crianza de ovejas. Un mes y medio después de nacer, venden la cría y otra familia la engorda. En 2010, sin embargo, los corderos comenzaron a aparecer muertos. “Toca matar al pájaro”, fue la reacción predominante de campesinos cuyas vidas transcurren sin carreteras ni energía eléctrica y que dependen del escaso comercio. Doris les recordó que, aparte de ser un símbolo nacional, los cóndores evitan la proliferación de bacterias y posibles fuentes de enfermedades en los humanos y ayudan a controlar otras especies.
Siendo carroñero, ni la Corporación Autónoma de Santander ni Alejandra ni Fausto —ya en el territorio a través de la Fundación Neotropical— creyeron en matanzas por parte del cóndor.
Lo importante, y en eso coincidieron todos, fue no desplazar a ninguna especie. Con apoyo del Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA), ocho familias construyeron apriscos, espacios techados destinados a resguardar el ganado, y plataformas para los cóndores, donde les dejaban como alimento ovejas viejas. En esa primera etapa se concertaron acuerdos de conservación y, gracias al cóndor, la comunidad comenzó a ser visible. “En Cerrito —recuerda Doris— el cóndor pasó de ser el enemigo a una especie a cuidar: el aliado del desarrollo en el territorio”.
Con apoyo del parque Jaime Duque, construyeron corrales en una segunda fase. “Comenzamos a encerrar las ovejas cuando iban a parir; muchas veces nos enterábamos de que estaban preñadas porque veíamos sobrevolar de forma inusual un grupo de cóndores sobre ellos”, cuenta Doris, quien vio a dos cóndores adultos —macho y hembra— dentro de un corral con unas cien ovejas y sin reportar incidentes —no era época, por demás, de nacimientos—. “Coexisten, pensé en ese momento. Fue un espectáculo maravilloso que no alcanzamos a fotografiar”, rememora.
Las plataformas, con el tiempo, no resistieron el peso de hasta tres aves (entre 10 y 15 kilos cada una) y los campesinos comenzaron a dejar el alimento en tierra firme, generando conflicto con los perros. Espacios elevados, sobre piedras preferiblemente, fueron la solución. Además de ovejas viejas, hoy dejan terneros donados por el matadero del municipio de Málaga. Doris ha contado hasta veinticuatro cóndores alimentándose de una carroña; y unos dieciocho junto a una vaca que se les murió.
Han procurado socializar cada acción, convencidos del poder del trabajo colectivo para lograr transformaciones a largo plazo. Llevaron al Almorzadero, también, a casi todos los niños de las escuelas de Cerrito y, como nadie tiene intenciones de irse del territorio, se han concentrado en mejorar sus sistemas de producción y “en convivir con el páramo y con el cóndor”, como cuenta la lideresa ambiental. Ya saben de la existencia de pumas y, con la experiencia adquirida, iniciaron un proceso de facilitación entre la comunidad y la academia.
En el predio de Doris, el parque Jaime Duque ha instalado cámaras trampa. Parte del propósito del programa de ‘Maleja’ y Fausto es dar acceso a más personas a esas tecnologías, a guías y a binoculares y que los mismos habitantes, en el territorio, hagan uso de todos los recursos en su beneficio y en el de los ecosistemas. “Que la información no se limite a documentación de biólogos o instituciones”, precisan los jóvenes investigadores en campo.