“Recuerdo bien una buceada en Malpelo. Comenzamos a descender lentamente para acercarnos a un cardumen de unos 100 tiburones martillo. Nadaban varios metros bajo nuestros pies. De repente vimos cómo llegaba un cardumen de unos 300 tiburones sedosos moviéndose encima nuestro. Era tal el espectáculo que nos quedamos flotando en el agua, disfrutando del paisaje”, cuenta Luis Chasqui, biólogo marino del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras —Invemar—. Ese recuerdo de Chasqui permite empezar a imaginar la magia de la biodiversidad que habita Malpelo.
Malpelo es una imponente formación volcánica. Emerge de las profundidades del océano Pacífico. En cuanto uno se sumerge entiende por qué el lugar se ha convertido en uno de los preferidos de buzos de todas partes del mundo, quienes recorren el planeta buscando animales marinos de gran tamaño, particularmente tiburones. En palabras de Sandra Bessudo, directora de la Fundación Malpelo, “es un sitio realmente único, imponente y debajo del agua es maravilloso”.
La enorme roca queda a unos 500 kilómetros de Buenaventura y llegar a ella en barco tarda entre 36 y 40 horas. Desde 1995, el Santuario de Fauna y Flora Malpelo está bajo la administración de Parques Nacionales Naturales. En 2006 fue declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO y en septiembre de 2017 el Gobierno colombiano sacó una resolución para ampliar el área protegida. Hoy, son 27.000 kms2, la zona de pesca prohibida más extensa del Pacífico tropical oriental.
Bessudo se enamoró del lugar en una buceada. Fue por primera vez en 1987 y a partir del 98 empezó a ir con regularidad. “Apenas me hice instructora de buceo comencé a llevar a mis grupos”, cuenta.
Y añade: “Estando allí veía embarcaciones pesqueras con tiburones en sus puentes. Por eso me movilicé para protegerlo”.
La Fundación ha sido un importante aliado de Parques Nacionales en el trabajo por fortalecer las labores de cuidado y conservación de esta área protegida marina. La ONG ha ayudado a monitorear las poblaciones de las especies; ha conseguido alianzas con otras organizaciones para, juntas, trabajar por la conservación, la investigación, la educación, el monitoreo y la lucha contra la pesca ilegal. Ha jugado un papel importante para que el valor del lugar sea reconocido en Colombia y en el mundo.
Justamente esos monitoreos e investigaciones llevaron a la Fundación, en 2018, a empezar un proyecto para identificar los lugares de crianza de los tiburones martillo de Malpelo. Bessudo y Felipe Ladino —quien trabaja con ella en la organización— comenzaron a notar el decrecimiento de las poblaciones de tiburones martillo. Reportaron, entre 2009 y 2018, una disminución de 53 por ciento en verano y 86 por ciento en invierno. Y la tendencia en otras islas del Pacífico tropical era la misma: en 2016, por ejemplo, en Galápagos, Ecuador, se evidenció una disminución de la población de 50 por ciento entre 1985 y 2015.
Encontrar esos lugares mágicos, los de crianza, se hacía indispensable para la población de Sphyrna lewini de Malpelo. Bessudo y Ladino marcaron varias hembras embarazadas y siguieron su recorrido hasta la costa norte del Pacífico colombiano. Entre mayo y junio los animales llegaron a los manglares del Golfo de Tribugá, Chocó, un área costera cercana al Parque Nacional Natural Utría donde llegan turistas de distintos países para observar a las majestuosas ballenas jorobadas que viajan desde Antártida y dan a luz en esas aguas colombianas. La rica biodiversidad de ese lugar de selvas tupidas y aguas profundas le da una belleza imponente.
El equipo de la Fundación recorrió el Golfo hablando con las distintas comunidades buscando delimitar, aún más, el lugar escogido por los tiburones para dar a luz. Fue así como llegaron al corregimiento de Jurubirá, al norte de la Bahía. Ladino se sorprendió recorriendo esa costa en lancha porque “los pescadores ponían los anzuelos y venían tiburones y tiburones. Pequeños, son cabezones y delicados, sentía nervios y emoción al mismo tiempo”, dice.
Con el apoyo financiero de organizaciones como la Fundación del Príncipe de Mónaco, el Centro Nacional del Mar y Save Our Seas Foundation, en 2019 regresaron para recolectar datos y así determinar si su intuición era cierta. Con ayuda de los pescadores locales y de Liliana Arango, fundadora de una escuela de buceo en la playa de Guachalito, colocaron en el mar unos receptores de telemetría acústica y marcaron varios tiburones. Los receptores fueron puestos en distintas partes del Golfo de Tribugá, listos para recibir la señal de los tiburones marcados cuando pasaran cerca. Los datos recolectados generaron un mapa del lugar donde permanecen más tiempo y, por tanto, de su zona de crianza.
“En 2021 regresamos e hicimos un esfuerzo grande de marcaje. Fueron más de 150 tiburones”, explica Ladino. El equipo de la Fundación aún está analizando el grueso de la información, pero las múltiples visitas al Golfo les permiten saber que, entre junio y octubre, los Sphyrna lewini llegan a dar a luz en las costas del corregimiento de Jurubirá. “A los cinco meses ya alcanzan un buen tamaño para salir a mar abierto”, dice Ladino.