Especies y territorios

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    La red que da vida a una oportunidad para el mono araña

    ​​​​​La increíble historia de una especie que bordea los ríos Carare y San Juan a pesar de la colonización, las violencias y la ​devastación. 


    Por Fabián Mauricio Martínez G 


    La canoa discurre sobre el ancho caudal del río Carare. Una pareja de guacamayas, de plumas amarillas y azules, rompe el cielo. El río se bifurca y el motor remonta el caño San Juan, a través de un túnel de árboles, en donde descansan monos aulladores e iguanas de crestas tornasoladas. En las orillas, en los claros de la manigua, hay icoteas y babillas bajo el sol. Arnulfo Montoya, el conductor de la lancha, disminuye la velocidad y nos señala las copas altas del bosque. Andrés Link sonríe: “Qué fortuna, es un grupo de Ateles”. Entre la maraña se mueve un mono café, largo, peludo y barrigón. Un poco más arriba va una hembra con una cría trepada en la espalda. Detrás, otro par de monos y más allá, otros tres. Se cuelgan y descuelgan con sus cuatro extremidades y cola prensil, como elegantes arañas paseándose por los árboles. Hoy hay esperanza para el mono marimonda del Magdalena, pero hace dos décadas, no. Hace dos décadas estaba condenado a la extinción. 

    Quince años atrás, en 2007, Andrés Link y Gabriela Luna llegaron a Bocas del Carare, Santander. Él, doctor en Antropología Biológica; ella, doctora en Ecología, Conservación y Restauración. Los dos, primatólogos respetados. Los dos, un matrimonio con hijas. Los dos, un gran equipo de investigación. Los dos, artífices de una transformación social y sostenible de las comunidades asentadas a orillas del Carare y el San Juan, alrededor del choibo, como se le conoce al mono araña en esta región del Magdalena Medio. Pero quince años atrás no había hijas, ni transformación comunitaria, ni zonas protegidas para el mono marimonda, ni equipos de jóvenes científicos universitarios, liderados por ellos, haciendo investigación. 

    Al llegar al Carare en búsqueda del Ateles hybridus, la especie se encontraba en grave peligro de extinción. Andrés y Gabriela estaban enterados, por la lectura de artículos especializados, de que la especie en el Carare era distinta a la de los monos araña del Amazonas​ y a la de los monos araña del Chocó. La marimonda del Magdalena era única y los estudios sobre esta especie eran muy escasos, casi inexistentes. Esto se convirtió en una gran oportunidad y un gran desafío para proteger a estos singulares primates. Así, la pareja emprendió una investigación pionera a largo plazo, inédita en el país y única en el mundo, con el fin de consolidar la preservación del mono araña café.

    Antes de llegar al Carare, Andrés y Gabriela llevaban un tiempo trabajando con monos en la Serranía de Las Quinchas y en La Macarena, en el centro del país. Antes de eso trabajaron junto a su maestro, el doctor Anthony Di Fiore, en el Parque Nacional Yasuní, en el Ecuador. Allá, bajo la orientación de Di Fiore, nació Proyecto Primates. Fue en 2005 que el proyecto llegó a Colombia y en 2010, ya en Bocas del Carare, surgió como la Fundación Proyecto Primates, liderada por la pareja de científicos. Si bien las cosas han mejorado para el choibo y sus amigos (otras especies de micos, peces, reptiles y mamíferos) la especie del mono araña del Magdalena aún se encuentra amenazada. ​


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    Ha pasado poco tiempo, apenas 15 años, desde los días en los que la marimonda del Magdalena Medio, especie con rasgos únicos, estaba condenada a la extinción.
    Mono araña — Bocas del Carare — San Juan Foto: Alexandra Ruiz Poveda — Semana

    La canoa llega a La Estación. Una finca llamada San Juan que sirve como sede principal a la Fundación Proyecto Primates. Allí se alojan grupos de estudiantes que pasan temporadas entre el río y el bosque siguiendo a los monos que habitan en este lugar. No solo se estudia al mono araña, también al mono nocturno o marteja, al mono cariblanco y al mono aullador. En una de las habitaciones de la finca las paredes están pintadas con las huellas de la manos de los estudiantes que han venido. Hay manos verdes, rojas, azules y moradas, junto a los nombres y fechas de los investigadores que han estudiado el comportamiento individual y social de los micos, siguiéndoles durante horas, días, semanas y meses; armados de binoculares, libretas de apuntes y cámaras fotográficas. 

    Es fundamental, para los estudiantes, aprender a reconocer a los monos por alguna particularidad: una mancha cerca del ojo, una cicatriz en la mejilla, una coloración en alguna de las manos, una pigmentación moteada en los largos clítoris de las hembras marimonda. Además de las fotografías, los estudiantes dibujan a los monos, retratándolos con lápices, marcadores y colores con el fin de precisar aún más las identidades de cada uno de ellos. Una vez caracterizados e identificados los llaman por nombres propios. Así saben que Max, Cajú o Estrella, por nombrar algunos, viven en determinado bosque, saben exactamente sobre cuál de ellos se registran datos comportamentales, con códigos específicos que le dan a actividades como comer, reposar, dormir, andar, etc.; y saben, al recoger muestras de heces fecales, a qué mono corresponden, para luego ser enviadas, debidamente marcadas, al laboratorio. Andrés Link las analiza y determina aspectos dietarios, genéticos y hormonales de cada miembro del grupo de primates. 

    Durante esta temporada, en La Estación hay estudiantes de universidades de Tunja, Bucaramanga y Concepción —Chile—. El estudiante de Tunja y la estudiante de Concepción siguen a los monos nocturnos, así que sus expediciones al bosque empiezan justo cuando cae la noche. Las martejas se mueven bastante en las primeras horas nocturnas, se aquietan hacia la medianoche (siempre y cuando no haya luna llena, si la hay continúan con sus actividades) y vuelven a las andadas cerca del amanecer. Hay que salir con ellas, regresar a la finca, poner la alarma en la madrugada y continuar. Los monos nocturnos se estudian en estos horarios. Investigarlos no es una tarea fácil, mucho menos en época de lluvias, crecientes de los ríos e inundaciones en el bosque. 

    La estudiante de Bucaramanga está haciendo su tesis de grado sobre el mono araña. Sus expediciones son diurnas. Los datos recopilados durante el semestre, interna entre los bosques y el río, le ayudan para su trabajo de grado, pero también le sirven al proyecto de investigación que durante tres lustros ha realizado la Fundación en el Carare. Es una relación simbiótica la del Proyecto Primates con los estudiantes: ellos vienen, le aportan sus datos y estudio a la investigación de largo aliento, a la vez que se benefician de ella. Los estudiantes, además, reciben hospedaje y comida durante su permanecia allí. Esta financiación se ha logrado gracias a becas de fundaciones e instituciones como National Geographic, Colciencias y el Banco de la República, gestionadas por Andrés Link y Gabriela Luna.


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    Primero, niños. Luego profesoras, madres, pescadores, propietarios de tierras… Gabriela y Andrés, Proyecto Primates, han logrado sumar voluntades para proteger al mono araña.
    Andrés Link (¿y garza morena?) — Bocas del Carare — San Juan Foto: Alexandra Ruiz Poveda — Semana
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    En 2007, la pareja de científicos detectó y enfrentó varias amenazas contra los monos en la región del Carare y elaboró un árbol de problemas como mapa de ruta para trabajar en la preservación del choibo. Los factores de riesgo más importantes eran deforestación y cacería, sumados a lentos ciclos de vida de la hembra como ruta inevitable para su extinción. Las hembras tienen la primera cría a los siete u ocho años de vida. Un solo individuo por parto. Luego, pueden tardar hasta tres años para reproducirse otra vez. Si, por ejemplo, los cazadores consiguen una hembra adulta, la especie pierde miembros potenciales y su población declina con rapidez. Si cazan a otra hembra adulta el panorama se torna desolador. 

    La gente de la región del Carare solía cazar a los monos araña porque pensaba que curaban la anemia. Solía comerlos por su gran tamaño al considerarlos buena fuente de proteína. Con sus restos hacían caldo, convencidos de que la sopa del mono marimonda era medicinal, curativa y afrodisíaca. La tarea —cuenta Gabriela Luna— no fue fácil: “Nos pusimos a trabajar con la comunidad a través de talleres de sensibilización, pero también ofreciendo soluciones al problema. Hicimos un trabajo con la Secretaría de Salud y llevamos un puesto de salud al corregimiento, en la idea de enseñar acerca de los verdaderos suplementos para la anemia y así la gente fue comprendiendo. Además, el tema de la proteína se suplía fácilmente con la abundancia de pescado de los distintos afluentes de la zona. Hoy, felizmente, no se registra cacería alguna del choibo en la región del Carare”. 

    La otra gran amenaza para la especie era la deforestación. Los bosques en donde vivía la marimonda eran propiedad de fincas privadas, que fueron convirtiendo al bosque húmedo tropical en terrenos para la ganadería y el monocultivo. La selva fue talada y reemplazada por parcelas. La frondosa arboleda de los valles del Magdalena Medio, entre Santander y Antioquia, se redujo a tal punto de despojar de su hábitat al mono araña y amenazarlo con su extinción. Inició entonces una tarea maratónica de reuniones y conversaciones con los finqueros, a través de procesos de conscientización. Algunos atendieron y otros, no. 

    La finca San Juan, en donde hoy funciona La Estación, se convirtió en la mayor aliada protegiendo los bosques de sus predios para el estudio, investigación y preservación del mono araña, el mono nocturno, el mono aullador y el mono cariblanco, además de servir como albergue a gran cantidad de especies de pájaros que habitan en estos bosques como el tucán, el martín pescador, el azulejo, el pisingo, el turpial, el petirrojo, el halcón milvago, el cormorán, la garza blanca y la garza tigre, entre muchas otras.

    Además de la protección de los terrenos de las fincas voluntarias, se hizo necesario reforestar tramos, con el fin de conectar algunos bosques con otros. En La Estación de San Juan funciona un vivero en donde se cultivan orejeros, campanos, ceibas amarillas, robles, cedros y flor morados, especies de árboles con los que Andrés Link y su equipo de aliados y colaboradores han resembrado el bosque, creando corredores para el tránsito de los monos de bosque en bosque y su vida en un territorio más grande. Los viveros se han extendido y también se encuentran en la población de Bocas del Carare. Allí, a través del liderazgo de mujeres como Norma Salgado —de la Asociación de mujeres Asomucare—, se han logrado organizar personas de la comunidad que han dedicado parte de su tiempo a resembrar la selva. Aprendieron cómo hacerlo gracias a la consciencia esparcida, como las semillas de una red comunitaria y silvestre, por la Fundación Proyecto Primates en la región. 

     “Si el mono araña llegase a extinguirse —explica Andrés Link— tendría implicaciones enormes para los bosques y sus ecosistemas, porque los Ateles dispersan muchas semillas y esas especies arbóreas, sobre todo las más grandes, se quedarían sin sus dispersores naturales. En los bosques donde los micos han desaparecido, según los estudios, la captación de carbono disminuyó. Las especies de árboles más grandes, los de madera más densa, captan mayor cantidad de carbono. Las pepas de los frutos de estos árboles son muy grandes para ser devoradas por un pájaro, el mono araña es el único que puede comerlos y esparcir sus semillas”. Estos grandes árboles se multiplican gracias a la marimonda del Magdalena, crecen, captan más carbono y ayudan con el efecto invernadero y el cambio climático. ​


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    Que estas especies vivan, que sus territorios perduren, es un desafío. El reto de la sostenibilidad involucra transformación: de las comunidades, de su relación con el entorno.
    Mono araña — Bocas del Carare — San Juan Foto: Alexandra Ruiz Poveda — Semana

    La canoa reemprende su recorrido. Nos dirigimos a la Ciénaga San Juana, otra de las sedes de la Fundación. Hay águilas pescadoras vigilando las aguas desde las ramas de los árboles. Bajo la superficie hay bocachicos, blanquillos, coroncoros y cachamas. La lancha sube por el caño San Juan y debemos sortear varios obstáculos conformados por islas de largos pastizales que obstruyen la navegación. Nos abrimos paso con palos y horquetas, empujando con fuerza sobre las raíces de plantas acuáticas como el buchón y la hierba de arroz. Al dejar atrás el laberinto de isletas de pajas de pasto, se abre una hermosa ciénaga en donde habitan caimanes aguja y manatíes. En una loma que domina la ciénaga se encuentra la casa de tablones de madera, sede del proyecto. 

    Por un lado de la casa se observa el bosque tupido que ayuda a mantener la vida silvestre en la región; por el otro, se ven hectáreas de potreros devastados para el agronegocio. En esa constante pugna vive la Fundación Proyecto Primates, entre los grupos de personas que protegen los bosques, los monos y demás especies del Magdalena Medio, y los que no. Por eso, pese a los avances, muchos, el mono marimonda aún continúa bajo amenaza. 

    Afortunadamente la consciencia y la sensibilidad han ganado el corazón de los pobladores del Carare. En gran parte porque los primeros en generar estos cambios fueron los niños, quienes, en un principio, eran los principales destinatarios de los talleres y trabajos con la comunidad de la Fundación. Después se sumaron las profesoras, las mamás, las asociaciones de mujeres y las asociaciones de pescadores, conformando así una sólida red para preservar y defender al mono araña y a otras especies. En medio de este largo y sostenido proceso nació el Festival del Choibo y sus amigos, que además de celebrar y proteger a las otras tres especies de monos de la región, lo hace con la tortuga de río, el manatí, la danta, el paujil, el bagre y el bocachico. 

    Todos los años, durante un día, bien sea en febrero o en mayo, se reúnen en Bocas del Carare familias enteras lideradas por los niños de la escuela, sus profesoras, madres, mujeres y hombres de distintas asociaciones, con el fin de realizar una feria de comidas típicas, bailes de la región y la gran caravana por las calles en la que la gente se disfraza con máscaras y atuendos de los distintos tipos de monos, pájaros, reptiles y felinos (entre ellos el gran jaguar), rindiéndoles homenaje a los animales y propagando el mensaje de preservación y conservación de estas especies y sus ecosistemas. 

    El trabajo comunitario ambiental también se ha fortalecido con el cuidado de los tres ríos de la región. Proyecto Primates inauguró una iniciativa, hoy multitudinaria. Se llama Pescando Plástico y congrega a las familias para zarpar en sus lanchas en busca de residuos plásticos que abundan en los ríos Carare, San Juan y Magdalena. La actividad llega a su máximo esplendor en los meses de noviembre y diciembre, cuando la Fundación organiza el trueque navideño, el cual consiste en premiar a los niños que más plástico recolecten. Nancy Mabel Rueda, una mujer oriunda de Barrancabermeja, residente en Carare hace diez años, lidera este programa de la Fundación y es la encargada, junto a su equipo, de reunir el plástico, pesarlo y venderlo a empresas de reciclaje del puerto petrolero. El año pasado recogieron 800 kilos de plástico sacados de los ríos por la misma comunidad. Los niños ganadores reciben bicicletas, patines, muñecas parlantes y diversos juguetes para el gozo navideño. Todos los niños participantes reciben un obsequio. Esto ha motivado a los muchachitos a seguir con la recolección, incluso en los meses lejanos a fin de año. Es común ver a los niños y a sus padres adentrarse en sus embarcaciones, a través de los ríos y caños, en la búsqueda de botellas, empaques, bolsas y un largo etcétera compuesto de plástico. 

    La canoa discurre por las aguas tranquilas del caño San Juan. Hacemos el viaje de vuelta desde la Ciénaga San Juana a La Estación. Entre los árboles se escucha a los monos aulladores rojos, que descansan sobre los troncos veteados de musgo verde. Más arriba, un oso perezoso se recoge entre los matorrales. De unos arbustos emerge un mono cariblanco que agita las ramas, advirtiéndonos con sus chillidos que nos alejemos. Más allá, en las copas más altas, van los monos araña con la confianza de saberse no más perseguidos, ni cazados. Con la elegante gracia de los micos que se saben protegidos y apreciados.​


    Editor de contenido ‭[2]‬

    Bocas del Carare, navegamos río arriba

    Grupos de estudiantes se alojan en La Estación, sede de la Fundación Proyecto Primates. Unos estudian monos nocturnos en expediciones un par de veces cada noche —según haya o no luna llena—. Otros siguen especies, como el mono araña, en el día… En las bocas de los ríos Carare y San Juan, en el Magdalena Medio, tanto como las aguas, se mueven múltiples animales, bosques, finqueros, pescadores, mujeres que lideran comunidades, niños, caravanas con máscaras de monos, pájaros, reptiles y felinos… Por supuesto, se mueven voluntades como las​ de Gabriela Luna y Andrés Link, dos vidas dedicadas a la ciencia y a la preservación del mono araña y su ecosistema aquí. Un vistazo a este lugar caliente, diverso e impensado para muchos.