Especies y territorios

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    Especies endémicas, únicas, sabidurías profundas en Colombia

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    Sabiduría natural en un huevo 

    David Ocampo Rincón se ha especializado en el estudio de los huevos de las aves. Ha buscado entender cómo pudieron adaptar incluso las cáscaras de sus huevos para anidar en páramos o en el Amazonas. “Las cáscaras tienen poros pequeñísimos que permiten al embrión respirar. Por otro lado, dan paso a la evaporación del agua de la clara para que tenga espacio al crecer”, explica el ornitólogo. La temperatura y la humedad del ambiente pueden afectar la velocidad de salida o entrada de gases, y, por ello, las cáscaras deberían ajustarse a su hábitat. Un ambiente más seco como el de los páramos, por ejemplo, podría succionar la humedad del huevo, secarlo y matar al embrión. 

    Los colibríes —con un pico alto de diversidad de especies en Colombia— ponen los huevos más pequeños entre las aves. En su investigación sobre la anidación de los colibríes de páramo, Ocampo investigó también la arquitectura de sus nidos. Todos los colibríes los hacen en forma de copa, pero según la especie pueden innovar en los materiales o en los sitios. Utilizan principalmente fibras algodonosas y, externamente, pueden usar telarañas, trozos minúsculos de cortezas o líquenes con el fin de proteger los huevos de un ambiente variable. Una tarea nada fácil. 

    El interés por los huevos de las aves llevó a Ocampo —quien fue investigador del Instituto Humboldt— a hacer un doctorado en la Universidad de Princeton. En el laboratorio donde trabaja, entre otras cosas, estudian el amplio espectro de colores que ven las aves, en particular los colibríes. “Son tetracromáticas. Su retina tiene cuatro tipos de receptores de luz y pueden ver longitudes de onda imperceptibles para los humanos, como la luz UV”, dice. Esa visión determina la manera como se mueven y se comunican y podría también influir en la cáscara de sus huevos. Con María Elisa Mendivelso Moreno estudia las señales de rayos ultravioleta en los huevos, que podrían tener dos funciones: proteger al embrión del sol y que el huevo sea más visible para sus padres, lo que les resulta particularmente útil a aves que anidan en cavidades. 



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    Colibrí de páramo — Parque Nacional Natural Los Nevados, cordillera Central
    Foto: Ondrej Prosicky — Getty Images
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    Sí, habitamos una tierra de anfibios 

    Monitorear anfibios demanda jornadas intensas. Algo de peligro, también. “Puede empezar una tormenta eléctrica, crecen los ríos por lluvias torrenciales”, cuenta Hugo Ballesteros, director del Parque Nacional Selva de Florencia. Allí, desde 2018, se rastren anfibios en compañía de Wildlife Conservation Society —WCS Colombia—. 

    Esa selva húmeda tropical, ubicada en Caldas entre los municipios de Samaná y Pensilvania, es la casa de uno de los grupos de ranas más importantes de Colombia. “El parque tiene 17 años, y uno de los estudios que sustentó su creación fue el de sus anfibios”, agrega Ballesteros. En las 10 mil hectáreas se han encontrado 75 especies, 15 endémicas. Sin embargo, ese patrimonio y sus contribuciones a la ciencia están en peligro. Según WCS, Selva de Florencia es el área protegida con mayor cantidad de anfibios amenazados por hectárea en el país. 

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    Rana roja — Parque Nacional Natural Selva de Florencia, Caldas
    Foto: cortesía Gustavo González — PNN Selva de Florencia, Parques Nacionales Naturales de Colombia

    ​Parques Nacionales, WCS y Corpocaldas sumaron a la comunidad al plan de protección. “Los anfibios están amenazados por la actividad agropecuaria —dentro y en el contorno del Parque existen fincas de propiedad privada—, la deforestación y el deterioro de la calidad del agua”, explica Ballesteros. Pensando en ello, se hicieron acuerdos con los campesinos para proteger las fuentes hídricas de la zona, creando bebederos para el ganado, por ejemplo. También se logró que los dueños de tres predios al suroccidente del parque destinaran a la conservación más de 250 hectáreas. Allí hay varias ranas endémicas, entre ellas la famosa rana roja de la Selva de Florencia.​

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    Rana roja — Parque Nacional Natural Selva de Florencia, Caldas
    Foto: cortesía PNN Selva de Florencia, Parques Nacionales Naturales de Colombia

    Sin ellos, el planeta no sería igual 

    Hugo Mantilla Meluk, doctor en Biología Evolutiva y Sistemática, lleva décadas estudiando los orígenes de la diversidad para entender el presente y sus posibles desenlaces. En esa tarea ha sido clave su investigación del universo de los murciélagos. Su enorme variedad permite comprender la compleja red de conexiones de fauna y flora en un ecosistema. Ellos son diversos y singulares. Valga como ejemplo este, el Lonchorhina mankomara, de nariz y orejas prominentes. Es endémico de Chiribiquete, en el oriente de Colombia. “El análisis de los murciélagos fue importante para dictaminar por qué era tan único y merecía ser declarado patrimonio de la humanidad”, dice Mantilla, su descubridor para la ciencia. 


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    Lonchorhina mankomara, endémico de Chiribiquete
    Foto: cortesía Hugo Mantilla Meluk — Universidad del Quindío
    ​​Los murciélagos son el segundo grupo de mamíferos con mayor diversidad de especies en el planeta. Los hay carnívoros, frugívoros, insectívoros, nectarívoros y hematófagos (libadores de sangre), entre otros. Cumplen, entonces, distintos papeles dentro de un mismo ecosistema. Los insectívoros, por ejemplo, previenen la difusión de plagas, mientras nectarívoros y frugívoros son fundamentales para la polinización y la distribución de las semillas, teniendo en cuenta que pueden excretar al vuelo.
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    En su proceso evolutivo han sido capaces de adaptarse a hábitats distintos. Eso los hace fascinantes, y fundamentales para preservar la biodiversidad y la salud de todas las especies. “La biodiversidad actúa como diluyente de las cargas parasitarias y virales en la naturaleza”, explica Mantilla Meluk, quien dirige el Centro de Estudios de Alta Montaña de la Universidad del Quindío. Y añade: “En el departamento tenemos tres especies de tigrillos y 54 de murciélagos”. 

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    Parque Nacional Natural Serranía de Chiribiquete
    Foto: Guillermo Legaria — AFP

    El oso de anteojos y la búsqueda de la armonía 

    En la cosmovisión de los indígenas yanacona el oso andino es un animal de poder. Este pueblo ancestral habita los departamentos del Cauca, Valle del Cauca y Huila, y cuando el oso deja de rondar sus territorios, la comunidad entiende que hay una desarmonía en la naturaleza. Y debe enmendarse. Así comienza a hablar del oso andino Isaac Bedoya, director del Parque Nacional Natural Puracé, en la cordillera Central, en los departamentos del Cauca y Huila. “Según el estudio de ocupación que realizamos, el oso está en el 98 por ciento del Parque”, afirma. 

    Los osos andinos o de anteojos —endémicos de Suramérica— necesitan grandes territorios para desplazarse. Eso dificulta su protección. “A medida que avanza la frontera agrícola, las fincas ganaderas se acercan al límite del Parque y aumenta el porcentaje de ataques de osos al ganado —explica Bedoya—. Ese conflicto ha sido nuestro principal reto para la conservación de la especie”. 


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    Oso de anteojos, oso andino — Parque Nacional Natural Chingaza, cordillera Oriental (avistamiento, 2022)
    Foto: César Mauricio Martínez

    ​Para armonizar la coexistencia de la ganadería y los osos andinos, los guardaparques están poniendo en marcha una estrategia de reconversión ganadera con apoyo del banco alemán KFW. “Proponemos que la ganadería ocupe menos espacio y libere las áreas que corresponden a la flora y fauna silvestres —cuenta Bedoya—. Nuestro reto es sumar 130 familias ganaderas y enseñarles a aumentar su productividad ocupando menos territorio para restablecer zonas de bosque".​